Por:JOSEPH STIGLITZ
En su reciente reunión anual, funcionarios
del Banco Mundial hablaron por extenso de
la corrupción. Es una preocupación
comprensible: el dinero que el Banco
Mundial presta a países en desarrollo que
acaba en cuentas bancarias secretas o
financia la vida lujosa de algunos
contratistas deja más endeudado un país,
no más próspero.
James Wolfensohn, el anterior Presidente
del Banco, y yo somos ampliamente
conocidos por haber introducido el asunto
de la corrupción en el programa del Banco,
frente a los oponentes que consideraban la
corrupción un asunto político, no económico,
y, por tanto, ajeno al mandato del Banco.
Nuestra investigación reveló relaciones
sistemáticas entre la corrupción y el
crecimiento económico, lo que nos permitió
seguir abordando esa cuestión decisiva.
Pero el Banco Mundial haría bien en tener
presentes cuatro cosas, al emprender la
lucha.
En primer lugar, la corrupción adopta
muchas formas, por lo que una guerra
contra la corrupción debe reñirse en muchos
frentes. No se puede luchar contra la
desviación de pequeñas cantidades de
dinero por países débiles y pobres, mientras
se pasa por alto la desviación en gran escala
de recursos públicos hacia manos privadas
del tipo del que caracterizó, por ejemplo, la
Rusia gobernada por Boris Yeltsin.
En algunos países, la corrupción a las claras
reviste primordialmente la forma de
contribuciones a las campañas electorales
que obligan a los políticos a corresponder a
los donantes más importantes con favores.
La corrupción en pequeña escala es mala,
pero la corrupción sistémica de los procesos
políticos puede tener costos aún más
graves. Las contribuciones a las campañas
electorales y el cabildeo que propician las
privatizaciones rápidas de empresas de
servicios públicos -antes de que existan los
marcos reglamentadores apropiados y de
modo que haya pocos postores-- puede
obstaculizar el desarrollo, aun cuando no
haya sobornos directos de funcionarios del
Estado.
En la vida nada es nunca exclusivamente
blanco o negro. Del mismo modo que no
hay una política de desarrollo económico
que valga para todos los países, tampoco la
hay para luchar contra la corrupción. La
reacción contra la corrupción debe ser tan
compleja y variopinta como la propia
corrupción.
En segundo lugar, está muy bien que el
Banco Mundial pronuncie sermones
anticorrupción, pero lo que importa son las
políticas, los procedimientos y las
instituciones. De hecho, los procedimientos
del Banco en materia de adquisición están
considerados en general un modelo digno
de admiración en todo el mundo. En efecto,
algunos países con grandes reservas de
dólares -que no necesitaban precisamente
créditos del Banco Mundial- solicitaron
préstamos del Banco con tipos de interés
superiores a los existentes en los Estados
Unidos, porque consideraban que esos
procedimientos contribuirían a la
formulación y ejecución de proyectos de
gran calidad y libres de corrupción y
pasarían a ser modelos para otros sectores.
Pero el éxito en la lucha contra la corrupción
entraña algo más que procedimientos
idóneos de adquisición (evitar, por ejemplo,
que haya un solo postor y, por tanto, sin
competidores). Se pueden aplicar muchos
otros procedimientos y políticas que
reduzcan los incentivos para la corrupción.
Por ejemplo, algunos sistemas fiscales son
más resistentes a la corrupción que otros,
porque reducen la autoridad discrecional de
los funcionarios fiscales.
En tercer lugar, el cometido primordial del
Banco Mundial es el de luchar contra la
pobreza, lo que significa que, cuando
aborda el caso de un país pobre y asolado
por la corrupción, su imperativo es el de
encontrar formas de velar por que su propio
dinero no esté manchado, sirva para la
ejecución de proyectos y llegue hasta las
personas que lo necesitan. En algunos
casos, puede ser necesario para ello
encargar la ejecución a organizaciones no
gubernamentales, pero raras veces será la
mejor reacción la de limitarse a marcharse.
Por último, si bien los países en desarrollo
deben cumplir con su deber de acabar con
la corrupción, Occidente puede hacer mucho
para contribuir a ello. Como mínimo, los
gobiernos y las empresas occidentales no
deben ser cómplices. Cada uno de los
sobornos aceptados tiene un pagador y con
demasiada frecuencia quien paga el soborno
es una empresa de un país industrial
avanzado o alguien que actúe en su
nombre.
De hecho, una razón que explica la llamada
"maldición de los recursos naturales" -el
hecho de que los países ricos en recursos no
tengan, por término medio, una ejecutoria
tan buena como los países pobres en elloses
la preponderancia de la corrupción, con
demasiada frecuencia facilitada e instigada
por empresas a las que les gustaría obtener
los recursos que venden a precios de
descuento. Los Estados Unidos, durante la
presidencia de Jimmy Carter, hicieron una
contribución importante al aprobar la Ley de
Prácticas Corruptas, que ilegalizó el soborno
por parte de empresas americanas en
cualquier parte del mundo. La Convención
de la OCDE sobre el Soborno fue otro paso
en la dirección correcta. Otro avance sería el
de lograr la transparencia de todos los
pagos a los gobiernos y los gobiernos
occidentales podrían fomentarla
simplemente haciendo que las deducciones
fiscales vayan acompañadas del
cumplimiento de ese requisito.
Igualmente importante es abordar el secreto
bancario, que facilita la corrupción al brindar
a los dictadores corruptos un refugio seguro
para sus fondos. En agosto de 2001, justo
antes de los atentados contra los Estados
Unidos, el gobierno de este país vetó una
disposición de la OCDE encaminada a limitar
las cuentas bancarias secretas. Si bien dicho
gobierno ha dado marcha atrás en su
posición sobre el secreto bancario en el caso
de los terroristas, no lo ha hecho en el caso
de los funcionarios corruptos. Una posición
firme al respecto por parte del Banco
Mundial aumentaría su crédito en la guerra
contra la corrupción.
Quienes critican la posición del banco sobre
la corrupción no lo hacen porque estén a
favor de ésta. Algunos críticos están
preocupados por la posibilidad de que haya
corrupción en el propio programa contra la
corrupción: que se utilice esa lucha para
encubrir la interrupción de la ayuda a los
países que desagraden al Gobierno de los
Estados Unidos. Esas preocupaciones han
cobrado resonancia con la aparente
incongruencia de las firmes declaraciones
del Banco sobre la corrupción y su
simultáneo propósito de aumentar los
préstamos al Iraq. No es probable que nadie
certifique que el Iraq está libre de
corrupción... ni siquiera que ocupe un
puesto poco prominente internacionalmente
en materia de corrupción.
Sin embargo, la crítica más estridente
procede de aquellos a quienes preocupa que
el Banco Mundial esté apartándose de su
mandato. Naturalmente, el Banco debe
hacer todo lo posible para velar porque se
emplee bien su dinero, lo que significa
luchar a un tiempo contra la corrupción y la
incompetencia, pero el dinero por sí solo no
resolverá todos los problemas y un
planteamiento con poca amplitud de miras
de la lucha contra la corrupción no
contribuirá al desarrollo. Al contrario, podría
desviar la atención simplemente de otras
cuestiones no menos transcendentales para
quienes se esfuerzan por salir de la pobreza.
Joseph Stiglitz es premio Nóbel de Economía. Su
último libro es Making Globalization Work ("Para
lograr que funcione la mundialización").
Copyright: Project Syndicate, 2006.
www.project-syndicate.org
Traducido del inglés por Carlos Manzano