Cuando escuché mi nombre,
Ya sabía que eran tus fauces
Las que volvían
Sedientas de mi sangre,
Arremetiendo...
En suspiro casi inerte
En hálito mudo y cadencioso
Levante los ojos al cielo
Y ahí, pude ver tus manos,
Girando encima,
como cuervos
buscando despedazar,
repartirse la osamenta
podrida que yace sin sepultura conocida.
Me perdí,
Empecé a sentir
El momento exacto en que empezaban
Los cuervos, tus manos, tus dedos, los cuervos
A despedazar mi cuerpo,
Bebían de mi sangre,
Escupían mis propias palabras,
Con su aleteos,
Volaban mis tormentos
Sus filos de acero
Penetraban,
Cortaban todo cuanto podían
Estiraban el correaje de mis venas
Para envolverme como cadenas.
Cuando cerré los ojos y sentí que ya estaba
Completamente destruido,
Vi como abrían mi cráneo y tragaban todas mis ideas,
Vomitaban todas mis canciones
Bilis fecunda en la tierra mojada
Donde esparcidas estaban
Mis esperanzas, aquellas que alguna vez
Fueron mi simiente.
Intente llorar y ya no pude,
Como sacar lagrimas
de fosas en las que ya no quedan ojos,
lo último que alcancé a sentir
fue cuando me arrancaban el corazón
y salía expulsado hasta perderse
en la ultima convulsión de vida.
Salí flotando en espectros,
Viendo todo mi derredor pintado con mi propia sangre,
La tela, el cuadro, el lienzo de mi vida
Estaba terminado.
Y fue allí, en ese instante
Que me reconocí,
No estaba muerto, estaba tan solo
Jugando
extendí mis alas y empecé a volar,
me detuve tan solo un instante
para saciarme
con mi propia sangre,
volé, volví al olvido,
retorne a las profundidades de mi abismo
abri mis ojos
y me vi tan nuevo,
desfigurado,
era yo sin duda alguna
mi propio cuerpo,
el único cuervo,
de carne y hueso.
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