miércoles, 22 de julio de 2009

La Corrupción de la Lucha contra la Corrupción.

Por:JOSEPH STIGLITZ

En su reciente reunión anual, funcionarios

del Banco Mundial hablaron por extenso de

la corrupción. Es una preocupación

comprensible: el dinero que el Banco

Mundial presta a países en desarrollo que

acaba en cuentas bancarias secretas o

financia la vida lujosa de algunos

contratistas deja más endeudado un país,

no más próspero.

James Wolfensohn, el anterior Presidente

del Banco, y yo somos ampliamente

conocidos por haber introducido el asunto

de la corrupción en el programa del Banco,

frente a los oponentes que consideraban la

corrupción un asunto político, no económico,

y, por tanto, ajeno al mandato del Banco.

Nuestra investigación reveló relaciones

sistemáticas entre la corrupción y el

crecimiento económico, lo que nos permitió

seguir abordando esa cuestión decisiva.

Pero el Banco Mundial haría bien en tener

presentes cuatro cosas, al emprender la

lucha.

En primer lugar, la corrupción adopta

muchas formas, por lo que una guerra

contra la corrupción debe reñirse en muchos

frentes. No se puede luchar contra la

desviación de pequeñas cantidades de

dinero por países débiles y pobres, mientras

se pasa por alto la desviación en gran escala

de recursos públicos hacia manos privadas

del tipo del que caracterizó, por ejemplo, la

Rusia gobernada por Boris Yeltsin.

En algunos países, la corrupción a las claras

reviste primordialmente la forma de

contribuciones a las campañas electorales

que obligan a los políticos a corresponder a

los donantes más importantes con favores.

La corrupción en pequeña escala es mala,

pero la corrupción sistémica de los procesos

políticos puede tener costos aún más

graves. Las contribuciones a las campañas

electorales y el cabildeo que propician las

privatizaciones rápidas de empresas de

servicios públicos -antes de que existan los

marcos reglamentadores apropiados y de

modo que haya pocos postores-- puede

obstaculizar el desarrollo, aun cuando no

haya sobornos directos de funcionarios del

Estado.

En la vida nada es nunca exclusivamente

blanco o negro. Del mismo modo que no

hay una política de desarrollo económico

que valga para todos los países, tampoco la

hay para luchar contra la corrupción. La

reacción contra la corrupción debe ser tan

compleja y variopinta como la propia

corrupción.

En segundo lugar, está muy bien que el

Banco Mundial pronuncie sermones

anticorrupción, pero lo que importa son las

políticas, los procedimientos y las

instituciones. De hecho, los procedimientos

del Banco en materia de adquisición están

considerados en general un modelo digno

de admiración en todo el mundo. En efecto,

algunos países con grandes reservas de

dólares -que no necesitaban precisamente

créditos del Banco Mundial- solicitaron

préstamos del Banco con tipos de interés

superiores a los existentes en los Estados

Unidos, porque consideraban que esos

procedimientos contribuirían a la

formulación y ejecución de proyectos de

gran calidad y libres de corrupción y

pasarían a ser modelos para otros sectores.

Pero el éxito en la lucha contra la corrupción

entraña algo más que procedimientos

idóneos de adquisición (evitar, por ejemplo,

que haya un solo postor y, por tanto, sin

competidores). Se pueden aplicar muchos

otros procedimientos y políticas que

reduzcan los incentivos para la corrupción.

Por ejemplo, algunos sistemas fiscales son

más resistentes a la corrupción que otros,

porque reducen la autoridad discrecional de

los funcionarios fiscales.

En tercer lugar, el cometido primordial del

Banco Mundial es el de luchar contra la

pobreza, lo que significa que, cuando

aborda el caso de un país pobre y asolado

por la corrupción, su imperativo es el de

encontrar formas de velar por que su propio

dinero no esté manchado, sirva para la

ejecución de proyectos y llegue hasta las

personas que lo necesitan. En algunos

casos, puede ser necesario para ello

encargar la ejecución a organizaciones no

gubernamentales, pero raras veces será la

mejor reacción la de limitarse a marcharse.

Por último, si bien los países en desarrollo

deben cumplir con su deber de acabar con

la corrupción, Occidente puede hacer mucho

para contribuir a ello. Como mínimo, los

gobiernos y las empresas occidentales no

deben ser cómplices. Cada uno de los

sobornos aceptados tiene un pagador y con

demasiada frecuencia quien paga el soborno

es una empresa de un país industrial

avanzado o alguien que actúe en su

nombre.

De hecho, una razón que explica la llamada

"maldición de los recursos naturales" -el

hecho de que los países ricos en recursos no

tengan, por término medio, una ejecutoria

tan buena como los países pobres en elloses

la preponderancia de la corrupción, con

demasiada frecuencia facilitada e instigada

por empresas a las que les gustaría obtener

los recursos que venden a precios de

descuento. Los Estados Unidos, durante la

presidencia de Jimmy Carter, hicieron una

contribución importante al aprobar la Ley de

Prácticas Corruptas, que ilegalizó el soborno

por parte de empresas americanas en

cualquier parte del mundo. La Convención

de la OCDE sobre el Soborno fue otro paso

en la dirección correcta. Otro avance sería el

de lograr la transparencia de todos los

pagos a los gobiernos y los gobiernos

occidentales podrían fomentarla

simplemente haciendo que las deducciones

fiscales vayan acompañadas del

cumplimiento de ese requisito.

Igualmente importante es abordar el secreto

bancario, que facilita la corrupción al brindar

a los dictadores corruptos un refugio seguro

para sus fondos. En agosto de 2001, justo

antes de los atentados contra los Estados

Unidos, el gobierno de este país vetó una

disposición de la OCDE encaminada a limitar

las cuentas bancarias secretas. Si bien dicho

gobierno ha dado marcha atrás en su

posición sobre el secreto bancario en el caso

de los terroristas, no lo ha hecho en el caso

de los funcionarios corruptos. Una posición

firme al respecto por parte del Banco

Mundial aumentaría su crédito en la guerra

contra la corrupción.

Quienes critican la posición del banco sobre

la corrupción no lo hacen porque estén a

favor de ésta. Algunos críticos están

preocupados por la posibilidad de que haya

corrupción en el propio programa contra la

corrupción: que se utilice esa lucha para

encubrir la interrupción de la ayuda a los

países que desagraden al Gobierno de los

Estados Unidos. Esas preocupaciones han

cobrado resonancia con la aparente

incongruencia de las firmes declaraciones

del Banco sobre la corrupción y su

simultáneo propósito de aumentar los

préstamos al Iraq. No es probable que nadie

certifique que el Iraq está libre de

corrupción... ni siquiera que ocupe un

puesto poco prominente internacionalmente

en materia de corrupción.

Sin embargo, la crítica más estridente

procede de aquellos a quienes preocupa que

el Banco Mundial esté apartándose de su

mandato. Naturalmente, el Banco debe

hacer todo lo posible para velar porque se

emplee bien su dinero, lo que significa

luchar a un tiempo contra la corrupción y la

incompetencia, pero el dinero por sí solo no

resolverá todos los problemas y un

planteamiento con poca amplitud de miras

de la lucha contra la corrupción no

contribuirá al desarrollo. Al contrario, podría

desviar la atención simplemente de otras

cuestiones no menos transcendentales para

quienes se esfuerzan por salir de la pobreza.

Joseph Stiglitz es premio Nóbel de Economía. Su

último libro es Making Globalization Work ("Para

lograr que funcione la mundialización").

Copyright: Project Syndicate, 2006.

www.project-syndicate.org

Traducido del inglés por Carlos Manzano

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