lunes, 26 de octubre de 2009

El hombre de sombríos atardeceres,

Extendió los brazos y abrió las manos,

Decidió pararse y caminar,

Sintió el crujido de sus huesos al levantarse,

Hasta hoy había muerto, subyacía a la intemperie

Y cantaba en la lluvia, estrofas mojadas,

Versos recónditos, hacían su plegaria,

Sucumbía en los atardeceres

Y moría en las auroras, con el canto de la espesura

Con las voces del antaño

Que cubrían como musgo

Su solitaria existencia.


 

No hablaba de esperanza,

Estaba anclado al pasado,

Con cadenas y grilletes,

De raíces seculares,

En un sendero no transitado,

En sueños jamás contados,

En lágrimas nunca lloradas,

En muertes nunca enterradas,

En simientes de espanto,

Trazó su futuro

Y el futuro volvía, una y otra vez

A reclamar su destino,

Inmóvil lo esperaba cada tarde,

Atardecido se alejaba,

Sin poder ver,

que en cada regreso,

una parte suya desmembraba y recorría

una parte suya

cantaba, lloraba,

pedía, imploraba, caminaba,

una parte cada día,

hasta que hoy,

un todo completo se puso a mirar

que estaba aturdidamente

vivo.

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